La vía árabe a las libertades
A lo largo de los 63 años que dura el conflicto árabe israelí, los analistas internacionales se hartaron de repetir que en Oriente Medio no era posible la paz sin Siria ni la guerra sin Egipto. El 25 de enero de 2011pasará la historia como la fecha que puso en marcha la que puede ser la gran revolución del siglo XXI: la vía del mundo árabe hacia las libertades. Sin Egipto, tampoco sería posible.
Aunque la chispa prendió el pasado 17 de diciembre en el pequeño Túnez con la inmolación de un joven desesperado, Mohamed Bouazizi, en Sidi Bouzid, ha sido en Egipto donde la llama ardió con fuerza. Una vez más, Egipto. Como con la revolución panarabista de Nasser. O con las guerras con Israel. Incluso con el primer tratado de paz de un país árabe con el vecino hebreo. Egipto ha tomado la delantera para liderar una revolución hacia la libertad. Contra la opresión política, la asfixia económica, la corrupción del régimen de Mubarak.
La voz de la protesta se extiende por Yemen, Argelia, Siria, Marruecos… Khaled Said, un joven egipcio muerto por una brutal paliza de la policía en Alejandría hace un año, puso rostro al símbolo de la revuelta en Facebook y llenó la emblemática Plaza Tahrir de El Cairo de decenas de miles de jóvenes pidiendo justicia. El mayor levantamiento popular jamás vivido en el gran país del Nilo. Ochenta millones de egipcios en una sola voz: “Vete Mubarak” “Abajo el Rais”. Y ese clamor se está extendiendo incontenible por las naciones hermanas vecinas con intereses diversos pero unidas por una misma cultura y religión. Y hermanadas por una afán común: sacudirse el yugo de unos gobierno autócratas, corruptos, usurpadores de la voluntad popular a través de poderes que ambicionaron convertirse en vitalicios y que hasta hoy al menos, han contado con la complacencia de las grandes potencias.
Lo que está en marcha en Túnez y en Egipto, al margen de cómo evolucionen los acontecimientos, es una revolución. Un grito de ‘¡Libertad y Democracia!’ vehiculado por la gran ventana al nuevo mundo global que es Internet. Formidable paradoja. Las nuevas tecnologías, abanderadas de unas aspiraciones sofocadas durante años, décadas de opresión. Imposibles ya de silenciar. Ni las prohibiciones de las parabólicas en la Argelia de los años 90. Ni los cortes de señales y cierre de webs en China, con ocasión de los JJ.OO. de 2008. Ni el Irán de los ayatollahs con su brutal represión sobre los ciberciudadanos. Ni el encarcelamiento de tantos activistas internautas…
Fulminados Ben Alí y Mubarak por una revolución impensable hace sólo dos meses, la pregunta ahora es quién será el próximo tirano árabe que derribará el vendaval de la revolución puesta en marcha en Egipto. ¿Yemen?¿Argelia?, ¿Siria?, ¿Jordania?, ¿Marruecos? ¿Y Líbano?. ¿Por qué está tan callado Hezbollah? ¿Por qué su líder Fadllalah no se ha manifestado como el presidente iraní Amadineyah a favor del levantamiento, aunque al mismo tiempo prohíba en Teherán las manifestaciones de la oposición y acalle a los medios de comunicación nacionales y extranjeros?
Habrá que ver cómo evolucionan Túnez y Egipto en los próximos meses. De momento, el Ejército aparece como garante de una transición hacia la democracia. De “golpe blando” se ha calificado el derrocamiento del “rais”. Lo cierto es que en estos países sostenidos a golpe de represión, la única institución sólida y bien estructurada es el Ejército. Argelia es un ejemplo a tener en cuenta. En 1989, en sus primeras elecciones municipales libres y pluripartidistas tras “la revuelta del cuscús” del año anterior, el Frente Islámico de Salvación del jeque Madani se alzó con una inesperada victoria. La apertura política, ganada al precio de la sangre de muchos argelinos abatidos en la capital por la gendarmería en aquellos aciagos días del “Octubre negro del 88” duró escasamente dos años. En diciembre de 1991, tras la primera vuelta de las legislativas, en las que el FIS se perfilaba como claro vencedor, un golpe militar “de palacio”, se dijo entonces, declaró el estado de emergencia (vigente hasta hoy) bajo la presidencia del histórico combatiente del Frente de Liberación Nacional, Boudiaf, asesinado al poco tiempo en un oscuro episodio que dio pasó a la presidencia al general Liamine Zerual. Inmediatamente se desató una represión brutal, a la vez que los partidos islamistas se radicalizaban. Y como consecuencia de todo ello, estalló una sucia guerra civil entre hermanos que en 10 años causó entre 150 y 200 mil muertos, entre ellos 70 periodistas.
Impedir la llegada de partidos que llevaban en su programa la instauración de la “sharia”. Ése fue entonces y es hoy el fantasma que los involucionistas y algunos analistas, y aún políticos occidentales apuntan para asustar a quienes sólo reclaman poder ejercitar en libertad sus derechos ciudadanos. ¿Es posible que en Túnez, el líder de Ennahda, intente entrar en un futuro gobierno? ¿Es posible que el líder de los Hemanos musulmanes, Mohhamed Badia, intente llegar al poder? Quizá en algún momento alguien quiera sacar partido, capitalizar, apropiarse de la voz del pueblo. Seguro.
Pero ya no es la hora de los Gannuchi, en Túnez, o de los Badia, en Egipto, ni la de quienes sean en donde sea, los líderes de un Islam manipulado, por “mahdis” o guías espirituales, y aún gobernantes autócratas que han usurpado sus esencias y han interpretado la “sharia” a su antojo y conveniencia. Ni tampoco es la hora de los Arm Mussa o de los Baradei, prestos a postularse como presidenciables, después de trayectorias políticas no muy brillantes. Todos ellos son el pasado. Herederos de un poscolonialismo que abonó y apoyó a dictadores corruptos como Ben Ali, o Mubarak, o Buteflika y tantos otros regímenes, para seguir explotando sus riquezas, con la apariencia de esa indigna ayuda -que no es tal- a los países de la otra orilla del mar de mares, del mar entre civilizaciones, del Mare Nostrum.
Basta de agitar espantajos. ¿Islamismo? ¿Vuelta la Edad Media? Cada pueblo halla su camino hacia las libertades por vías distintas. El mundo árabe no es una excepción. Y suponiendo que en unas elecciones libres y limpias, ganaran aquellos partidos islamistas, ilegalizados y perseguidos durante años, pero que atendían las necesidades básicas de la gente que sus corruptos gobiernos desoían, pues, señores y señoras, eso es la democracia.
No es probable que eso ocurra en Túnez. Ni en Egipto.
Ni aún en Argelia, o Siria, o Marruecos. Porque ya no ha lugar para revoluciones de ayatollahs o de jeques islámicos. Ya se habla, se escribe de “la revolución de los jóvenes”. Es la irrupción de las nuevas generaciones, de los universitarios, de la gente de las medinas, del bazar, de los sin trabajo, de todos cuantos, iletrados o no, aspiran e vivir en libertad. Son las parabólicas, los móviles, los iPhone. Es Internet. Un mundo globalizado en el que ya no basta con cortar la señal de “Al Jazeera”, impedir el acceso a Google, a Microsoft o a cualquiera otra ventana a la libertad. Ni acallar a los ciberdisdentes o a los ‘net-ciudadanos’, cerrar webs, blogs, impedir e acceso a Facebook o a Twitter. Es la hora de activistas profesionales como Wael Ghoneim que colgó en Facebook el retrato del “mártir” egipcio de Alejandría, y de otros muchos como él, que en todo el mundo denuncian abusos, injusticias, agresiones contra los derechos humano, gritando ¡Libertad! ¿Cómo poner puertas a ese mar?
María Dolores Masana
Presidenta de Reporteros sin Fronteras