CHINA / CORONAVIRUS | Héroes de la información que fueron silenciados

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Tres meses después de que se publicaran en las redes sociales chinas los primeros informes de casos de coronavirus y de empezaran a circular entre la sociedad civil, Reporteros Sin Fronteras (RSF) analiza la forma en que el Estado chino, en su obsesión por el control total sobre la información, ha reprimido implacablemente a todas las fuentes de información independientes.

 

Mientras la libertad de prensa se ha ido reduciendo al mínimo en los medios tradicionales de China, los ciudadanos sustituyen a los periodistas. El primero fue Li Wenliang, un oftalmólogo del Hospital Central de Wuhan, donde se observaron los primeros casos de coronavirus en noviembre, aunque nadie entendía la naturaleza de la enfermedad en ese momento. Li fue el primero en denunciar la posibilidad de una pandemia de coronavirus.

«El doctor Li era como tantos otros ciudadanos chinos que quieren contar la realidad de lo que está sucediendo y alertar a sus conciudadanos sobre la negligencia del gobierno», señala Daniel Bastard, jefe del departamento de RSF para Asia y el Pacífico. “La crisis del coronavirus ha llamado la atención sobre la profunda sed de información fiable que tiene la sociedad china, saturada de propaganda. El gobierno de Xi Jinping ha respondido con una brutalidad mortal».

Armado con la foto de un test, Li habló sobre la epidemia por primera vez el 30 de diciembre. Lo hizo con ex alumnos de la Facultad de Medicina en un grupo privado en el servicio de mensajería WeChat. Sonaron las alarmas y sus mensajes fueron ampliamente compartidos en la red de microblogging Weibo.

Pero también fueron vistos por las autoridades. Dos días después, el 1 de enero, Li y otros siete médicos fueron interrogados. A Li lo intrepelaron durante varias horas y, el 3 de enero, la policía lo obligó a firmar una declaración reconociendo que había «difundido rumores falsos».

 

Amordazado

Después de dar positivo para el COVID-19 el 1 de febrero, el joven médico murió en las primeras horas del 7 de febrero. Las publicaciones en internet que anunciaron su muerte recibieron más de 1.500 millones de visitas en Weibo. Su foto con una máscarilla facial recorrió la blogosfera de China con un hashtag indicativo del estado de ánimo de la población china y su sensación de estar amordazada. El hashtag era #WomenYaoYanlunZiyou, que significa ‘Queremos libertad de expresión’, fue utilizado en más de 2 millones de publicaciones antes de ser censurado.

De hecho, desde la primera alerta, hubo mucha gente que sintió la necesidad de cubrir la crisis. Entre ellos estaba Chen Qiushi, un abogado de la provincia nororiental de Heilongjiang que se había hecho célebre en las redes chinas china por los vídeos que garbó meses antes en las manifestaciones de Hong Kong. Tomó un tren a Wuhan el 23 de enero para conseguir información de las propias fuentes.

“¿Qué clase de periodista serías si no te atrevieras a ir al frente?”, preguntó en un vídeo grabado fuera de la estación Hankou de Wuhan. En los días siguientes, Chen recorrió los hospitales de la ciudad cubriendo el caos, entrevistó a las familias de las víctimas y visitó un centro de exposiciones convertido en una zona de cuarentena. Cientos de miles de personas vieron sus vídeos a pesar de eran rápidamente censurados en Weibo y WeChat.

 

Sed de información fiable

Fang Bin, un sencillo empresario textil residente en Wuhan, nunca se consideró periodista hasta que también él sintió la necesidad de informar a sus conciudadanos sobre la situación real en la ciudad, más allá de las imágenes proporcionadas por la máquina de propaganda del Partido Comunista chino.

En su primer vídeo, el 25 de enero, documentó la saturación de los hospitales. Mostraba cuerpos de víctimas de coronavirus dentro de autobuses que se convirtieron en coches fúnebres improvisados. Se puede escuchar a Fang contar: «Cinco, seis, siete, ocho … Ocho cuerpos en cinco minutos (…) ¡Tantos muertos!». El vídeo también registró cientos de miles de visitas antes de que los censores lo eliminaran.

La atención que los informes de estos dos videoblogueros suscitaron en China refleja el profundo interés por la información fiable e independiente que sienten los ciudadanos chinos, que se están ahogando en la propaganda estatal. La necesidad está más que justificada, ya que justo antes de estos primeros vídeos, en un discurso del 20 de enero, el presidente Xi instó a los funcionarios a «reforzar la gestión de la opinión pública».

En otras palabras, el aparato estatal chino consideró intolerables las informaciones independientes de ciudadanos chinos convertidos en periodistas. El Estado aprieta la garra. Chen expresó sus temores en un vídeo del 30 de enero que RSF publicó junto con algunos antecedentes. «Tengo miedo», decía.»Delante de mí está el virus. Y, detrás, al poder legal y administrativo del Estado chino».

En su último vídeo, transmitido en vivo el 4 de febrero, Chen entrevistó a un residente de Wuhan cuyo padre había sucumbido al coronavirus. Su cuenta de Weibo fue eliminada dos días después. El 7 de febrero, a sus padres les dijeron que estaba «en cuarentena». Su familia no ha recibido noticias suyas desde entonces.

 

Valor de advertencia

Mientras tanto, Fang, el empresario textil convertido en reportero, había informado en un vídeo publicado el 2 de febrero que la policía había confiscado su ordenador portátil y lo había interrogado exhaustivamente. Dos días después, narró en un vídeo en directo desde su casa que estaba rodeado de policías vestidos de civil.

Continuó informando sobre el creciente hostigamiento de las fuerzas de seguridad hasta su último vídeo, de 12 segundos, el 9 de febrero, que simplemente mostraba un rollo de papel en el que habían sido caligrafiados ocho caracteres. Ponía: “¡Que todos los ciudadanos resistan! ¡Poder para la gente!”. Desde entonces no se ha sabido nada más de Fang.

Lo que es ocurrió a Fang y a Chen sirvió de advertencia. El 1 de marzo entró en vigor una normativa aún más represiva que permitía a Pekín apretar las tuercas en las redes sociales. Desde enero, 450 internautas han sido interrogados por haber compartido informaciones sobre el coronavirus calificadas por las autoridades como “falsos rumores”.

 

Pasarse de la raya

Había que detener a cualquier persona que intentase transmitir un mensaje o información que se desviara de la línea establecida por la dirección Partido. La prensa oficial recibió órdenes. La raya, ni pisarla. Dos famosos comentaristas políticos, Guo Quan y Xu Zhiyong, fueron detenidos en febrero. Un tercero, Xu Zhangrun, fue puesto bajo arresto domiciliario. El último número de la revista Ren Wu, una publicación del grupo de People’s Daily, fue retirada de los quioscos el 10 de marzo por publicar una entrevista en la que el jefe de urgencias del Hospital Central de Wuhan, Ai Fen, criticaba la censura impuesta a los médicos.

Casi al mismo tiempo, cumpliendo con las últimas directivas del departamento de propaganda que dictan que los orígenes chinos del virus deben ser cuestionados, el periódico en inglés China Daily censuró un artículo publicado el 28 de febrero en el que el famoso epidemiólogo Zhang Wenhong expresaba  dudas sobre la teoría de que el virus podría haber sido importado del extranjero.

 

Ataques a medios extranjeros

 

El 12 de marzo, se informó de que Ren Zhiqiang, un comentarista político y miembro del Partido Comunista Chino, había desaparecido después de criticar los fallos del régimen. Su familia dijo que estaba detenido cerca de Pekín.

Mientras se aceleraba la disidencia interna, el régimen también se dedicó a tratar de controlar la información que circulaba fuera del país hostigando a corresponsales extranjeros en China. El 18 de marzo, el Ministerio de Asuntos Exteriores chino anunció que el gobierno expulsaba al menos a 13 periodistas estadounidenses que trabajaban para The New York Times, The Washington Post y The Wall Street Journal.

Después de tener en sus manos la lista de fixers y otros empleados chinos que trabajan para estos periódicos, así como para Time y Voice of America, las autoridades chinas dijeron el 20 de marzo que habían dado órdenes para que los contratos de al menos siete de estos empleados fuesen rescindidos.

Con todo arreglado tanto en casa como en el extranjero, Pekín ahora solo tiene que desplegar su masivo aparato de propaganda y desinformación con el objetivo de hacer que todos olviden que el virus se salió de control en el corazón de China y que tuvieron que pasar tres semanas letales antes de que Pekín escuchara a los denunciantes.

China ocupa el puesto 177, de 180 países, en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa 2019 de Reporteros Sin Fronteras. Ver también el Informe/Balance Anual de la organización.