Eritrea tiene que liberar a Dawit Isaak

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27.05.2010 16:21

Eritrea se ha convertido, en los últimos años, en la mayor cárcel a cielo abierto de África para los periodistas. Hecho que viene denunciando reiteradamente Reporteros Sin Fronteras, que sitúa a este país africano en el último puesto (175) de la clasificación mundial de la Libertad de Prensa, y a su presidente, Issaias Afeworki, convertido en el dictador más despiadado del continente, en un lugar destacado entre los 40 mayores depredadores de la libertad de prensa en el mundo. Ningún medio de comunicación independiente se tolera desde 2001, cuando las libertades fueron oficialmente “suspendidas”. Ningún periodista puede ejercer su profesión sin grave peligro para su vida o libertad, lo que les condena al silencio o el exilio.

En sus 314 cárceles, en parte meros contenedores o galpones a cielo abierto con temperaturas elevadísimas, se pudren en estos momentos 28 periodistas. Son cárceles donde los prisioneros soportan brutales condiciones, privados de los más elementales derechos humanos. Por supuesto que el dictador Afeworki lo niega. Cuando se le pregunta por estos prisioneros políticos asegura: “no los hay, ni nunca los ha habido”.

Uno de estos periodistas, encarcelado desde 2001, es el eritreo-sueco Dawit Isaak, de 46 años, que durante la guerra de independencia se exilió a Suecia, donde consiguió la doble nacionalidad en 1992. Dawit, al que nunca se le ha acusado formalmente de cargo alguno, fue arrestado junto a otros nueve periodistas aparentemente nada más que por criticar la ausencia de libertad de expresión en Eritrea. Las autoridades eritreas suelen explicar que estos periodistas fueron detenidos por “representar una amenaza para la seguridad nacional”.

Dawit, que regresó al pequeño país africano a orillas del Mar Rojo, tras su independencia en 1993, donde fundó, junto con el poeta y periodista Fessaye Yohannes, también detenido, Setit el primer medio de comunicación independiente de Eritrea, fue protagonista de un extraño hecho en 2005. Entonces, y tras pasar cuatro años en la cárcel, fue liberado y pudo telefonear a su mujer y amigos refugiados en Suecia, para anunciarles que pronto estaría con ellos. Pero inesperadamente, y por razones todavía desconocidas, el gobierno eritreo volvió a encarcelarle dos días después. Desde entonces lo único que se sabe de él es que, en 2009, y debido a su débil estado de salud, recibió tratamiento médico en el hospital del Ejército del Aire de Asmara. Ni su familia, ni las autoridades suecas- que lo han intentado varias veces- han podido visitarle.

Pues bien, esta semana, políticos e intelectuales europeos, principalmente nórdicos, y africanos, entre los que figuran varios ex primeros ministros suecos, y escritores como John Le Carré, han pedido a la Unión Europea, en una carta publicada en el diario The Guardian, que suspenda la ayuda a Eritrea y ejerza presión diplomática sobre su gobierno. “Mientras que no sabemos que existe un cielo, hemos recibido hace tres semanas la confirmación de que el infierno es una realidad con conocida ubicación. Su dirección es la famosa prisión de Eiraeiro en Eritrea, diez millas al norte de la capital, Asmara, donde permanecían cautivos 35 presos políticos de alto nivel del régimen eritreo”, dicen en la misiva. Y añaden, que 15 de esos prisioneros han muerto y otros nueve sufren serios problemas médicos.

Los firmantes explican que las recientes declaraciones de un guardia de la prisión de Eiraeiro, huido a la vecina Etiopia en enero, han dejado claro que tanto Dawit como sus compañeros están viviendo en las más horrorosas condiciones. “No se les permite el contacto exterior ni entre ellos. Sus celdas están brutalmente calientes la mayor parte del año. Están constantemente encadenados y la única vez que se les permite salir es para pasar una hora al día en un patio amurallado de cuatro metros cuadrados. Los presos no parecen recibir cuidados médicos y muchos parecen estar psicológicamente destrozados”. Según este carcelero, el trato que sufren los prisioneros “es peor que la tortura”.

Los autores de la carta reiteran el grave riesgo que corre la vida de Dawit Isaak, que sufre de diabetes, y mantienen que el presidente Afewerki debe aceptar un emisario creíble que negocie su liberación, al tiempo que exigen que se resalte la violación por parte de Eritrea de las convenciones internacionales humanitarias sobre el tratamiento de prisioneros, como garantizar comida adecuada, cuidados médicos y otros derechos básico. “Un equipo médico, sueco o internacional, bajo la supervisión de la Cruz Roja Internacional o una organización como Médicos Sin Frontera, debe estar listo las 24 horas del día para partir hacia Eritrea”, añaden.

Los firmantes señalan que es necesario emprender una acción en este preciso instante, y que Suecia y la Unión Europea tienen que enviar una enérgica señal. “Deben, oficial y públicamente, pedir el acceso al prisionero que no es sólo un ciudadano sueco sino también un ciudadano europeo”. Y añaden que si los gobiernos democráticos fallan en levantarse firmemente contra tales atropellos, no sólo pierden credibilidad sino que se convierten en ayudantes pasivos de los torturadores que cometen estos crímenes.

Varios periodistas españoles, entre los que me cuento, apadrinamos en 2009 a Dawit Isaak, por medio de Reporteros Sin Fronteras, comprometiéndonos a recordar su caso ante la opinión pública, para intentar evitarle esa segunda cárcel que supone, por lo general, el silencio y el olvido. Y no se trata sólo de que no olvidar a un colega que sobrevive, junto a otros muchos, en penosas condiciones por defender la libertad de prensa. Como bien dicen los firmantes de la carta, cuando los ciudadanos de los llamados países democráticos no denunciamos en alta voz estos horrores nos convertimos en “ayudantes pasivos de los torturadores que cometen estos crímenes”. Dawit Isaak, eritreo y sueco, no puede ser por más tiempo una acusación muda de nuestra complicidad.

Malén Aznárez

Vicepresidenta de Reporteros sin Fronteras España