Los partidismos nacionales debilitan a la UE
El volumen de opiniones que se han vertido sobre la Unión Europea a raíz de las elecciones del 25 de mayo es tan grande que cuesta hacerse una idea de qué alcance hay que concederles. Si a esto se añaden las expresadas por internet y las redes sociales, no es un absurdo llegar a la conclusión de que no sólo la UE, sino Europa misma, responden a la realidad de uno de los sistemas de equilibrios más delicados y complejos de nuestro tiempo. Lo cual, cuando existen en el mundo grandes entidades nacionales que se afirman crecientemente y alcanzan niveles muy considerables de protagonismo, acentúa los contrastes, a veces la tentación de las deformaciones sobre qué es realmente la UE ahora y de cara al futuro.
Estados Unidos está ahí, Japón, también, con una presencia activa innegable. Lo mismo ocurre con Rusia y China, hoy aliadas energéticas ante unas potencias occidentales que apuestan por una Ucrania integrada en la UE. Y Brasil, potencia emergente a la que hay que tener muy en cuenta. A nadie se le ocurre formular ni la insinuación de que alguna de estas potentes unidades nacionales vaya a menos. En cambio, no parece disparatado prever que en el futuro la UE entre en una larga parálisis a causa de la atracción centrífuga de sus estados miembros. No puede hablarse en estos términos sólo como una pura insensatez. Se ha especulado sobre ello por la posibilidad de que la crisis política británica, que lo es de identidad, desemboque un día en la práctica separación del país de la UE, con la consiguiente absorción imparable en la órbita política y económica de Estados Unidos. Para muestra, los últimos comicios municipales y europeos.
Todas estas consideraciones pueden tildarse de exageraciones, de abultadas incursiones en la irrealidad, seguramente son despropósitos propios de un euroescepticismo desmadrado pero responden al desencanto que con demasiada frecuencia ocasiona la Unión Europea. La UE, se dice, es hasta tal punto la realidad de Europa que en más de un 50 por ciento, bastante más en algunos casos, sus órganos de gobierno determinan la política y la economía de los países miembros. Lo cual significa algo así como que los europeos lo somos mucho más de lo que pensamos. ¿Vivimos por esto una angustiosa dicotomía interior, una dualidad entre ser ciudadanos de un Estado nación y al mismo tiempo de la Unión Europea? La ciudadanía que apremia, que exige mayoritariamente la atención es la de cada Estado.
Para un europeo decir que lo es resulta una obviedad. Pero llamarse ciudadano de Europa conlleva mayores complicaciones. Las elecciones europeas de este 2014 han dado pie a las más variadas conjeturas, que en el fondo conducen a las cuestiones básicas formuladas hasta aquí. En el curso de la campaña electoral se preveía que la abstención sería considerable. Y lo ha sido, pero menos que en las elecciones del 2009. No mucho. Un punto. Punto y medio. En algunos casos, de la mano de fuerzas extremas del arco parlamentario que han irrumpido en la palestra europea de la mano de la crisis económica. En España, gracias al tirón soberanista de Cataluña
Pero la desafección electoral está a la vista. Y necesita explicaciones que principalmente se han dado de distinto y frecuentemente contradictorio sentido. Hay la tendencia a echar las culpas a la UE. A su estructura excesivamente compleja, a la lejanía política de lo que se trata y decide en una Bruselas tan cercana como alejada. Órganos de gobierno entre los que se pierde el hilo de quién y cómo tiene la palabra decisoria. Una extensa burocracia. Y en torno, la agitación de los lobbies. Cinco mil de ellos, reconocidos, y hasta quince mil más, de hecho. Es un gran mercado común que por su capacidad y fuerza desborda incluso la orilla mediterránea y se proyecta hacia el mundo pero insólitamente incapaz de encontrar una solución conjuntada a la honda crisis que padece hoy.
La Unión Europea dispone de una política exterior difícil de seguir. Carece de poder militar. No es una federación, tampoco una confederación. Está en el aire que pueda dotarse de un necesario encuadre institucional por el horror a que quepa concederle honores de Constitución. Y, sin embargo, tiene mucho más cuerpo que las organizaciones multinacionales que proliferan en América Latina, Asia o África. El euro la amarra, identifica y une. Por una parte, pues, se trata de una UE consolidada que, dicen, no motiva. Pero, por otra, existen perniciosas tendencias a la renacionalización que arrastran a Europa a la palestra de unas enconadas luchas partidistas nacionales de bajo vuelo, a veces bochornosas, en las que Europa casi ni se menciona. Circunstancia esta que ha contribuido mucho al elevado y hastiado absentismo en la jornada electoral europea del día 25. Cuando más falta hace, precisamente, tomar conciencia del convulsionado mundo en que se está sumergiendo el siglo XXI.
María Dolores Masana Argüelles
Expresidenta y Vocal de RSF España