Verdad y mentira en la guerra contra el terror
(A propósito de las recientes ¨Jornadas John Pilger” de la Casa Encendida)
La primera semana de octubre fuerzas especiales de los Estados Unidos llevaron a cabo, simultáneamente, dos operaciones militares contra el terror, una en Somalia y la otra, en Libia. Objetivo: capturar a dos conocidos líderes yihadistas islámicos buscados por la justicia norteamericana.
La primera operación resultó fallida pues no se ha tenido más noticias del paradero de Mohamed Abdelkader, líder de la milicia “Al Shabah”, autora del asalto cometido en la segunda quincena de septiembre en un centro comercial de Nairobi en el que murieron cerca de 200 personas, entre rehenes, soldados y terroristas. La segunda operación, resultó un éxito. Abu Anas al Libi, cerebro de los atentados cometidos en 1998, contra las embajadas norteamericanas de Kenia y Tanzania, se halla hoy en Estados Unidos donde ha sido imputado por los crímenes cometidos. Se temió al principio que, transportado a un barco de la “Navy”, en el Mediterráneo, quedara atrapado en un “limbo legal” al igual que los prisioneros islamistas, detenidos tras los atentados del 11-S en Nueva York, en el “gulag” de Guantánamo. En este sentido, la captura de Al Libi, nos retrotrae al secuestro -sin intervención militar- del nazi Eichmann en Argentina por los servicios secretos del Shin Bet, para ser trasladado a Israel en donde fue juzgado y ajusticiado.
Sin ánimo de defender al yihadista de Al Qaeda, merecedor de severos castigos por las más de doscientas cincuenta víctimas mortales de los atentados terroristas, quizá sí debiéramos cuestionar los métodos empleados para apresarlo. Como mínimo la terminología usada por la Administración Obama, “detención” para ser llevad a juicio, nos parece un claro eufemismo. Al Libi fue capturado por un comando norteamericano.
en Trípoli, en la mismísima capital de Libia, país supuestamente soberano. En verdad, se trató de una incursión militar, a tiro limpio, para coger al terrorista, saltándose toda legalidad internacional aún cuando el presidente Obama se apoyara en una ley aprobada por el Congreso en 2001, bajo la presidencia de George Walker Bush, tras los atentados contra las Torres gemelas,. En este tipo de “operaciones”, Estados Unidos se toma la justicia por su mano, haciendo gala de una prepotencia digna de otros tiempos, por decirlo suavemente. La misma que mostró en la operación que terminó con la vida de Ben Laden en Pakistán, otro país soberano al que tampoco consideró necesario advertir, cuando menos, de la invasión de su espacio aéreo.
¿Qué queremos decir con este preámbulo? Que no todo vale en la lucha contra el terror por muy cierto que sea que en los terribles atentados del 11-S murieron más de tres mil personas inocentes, en atroces atentados que golpearon a la opinión pública como quizá no había ocurrido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Sólo quiero afirmar que las víctimas del fanatismo de Ben Laden y Al Qaeda, eran tan inocentes como los centenares de miles de civiles que murieron en Afganistán e Iraq, a causa de las guerras desatadas por EE.UU. en represalia, o a consecuencia, del 11-S. Y como John Pilger, el conocido y veterano periodista de guerra australiano, nos preguntamos: ¿esas muertes fueron menos terroríficas y/o menos injustas que las de las Torres Gemelas? ¿Acaso los países occidentales que se llaman a sí mismos demócratas y que lanzaron dichas contiendas bélicas en nombre de la paz, se creen tocados por la mano de algún dios para ejercer el terror desde sus llamados estados de derecho con absoluta tranquilidad de conciencia?
Ben Laden y su mentor Al Zuawahiri decretaron la barbarie execrable de los atentados de Nueva York. Condenable, sin paliativo alguno porque no existe causa alguna que justifique el terror. Pero seguramente, todas las víctimas civiles de la guerra de Afganistán e Iraq, hombres, ancianos, mujeres, niños, también murieron sin saber por qué, presas del miedo y del pánico bajo una lluvia de bombas y misiles de los “los países amigos libertadores”, que arrasaron sus ciudades, dejaron yermos sus campos y segaron sus vidas. Principalmente en Iraq. “Efectos colaterales”, fue la denominación acuñada por el Pentágono y la Casa Blanca para justificar lo que fue una matanza indiscriminada sobre la población civil. ¿Y todo ese terror, para conseguir qué?
En el primer caso, la violencia sigue instalada en Afganistán. Muerto Ben Laden, los llamados señores de la guerra y los talibanes vuelven a sembrar el terror en un país bajo el gobierno del presidente, Karzai, que al principio contribuyó a restablecer, cierto orden aún a costa de ejercer una represión brutal pero que a día de hoy sólo controla una invisible “línea verde” que cada día se estrecha más. No se puede negar que los ejércitos occidentales hayan llevado a cabo en el país un remarcable trabajo de reconstrucción de infraestructuras primarias, que las escuelas están abiertas, también a las niñas, que los hospitales funcionan mal que bien… Pero no es menos cierto que esta guerra, empezada en octubre del 2001, en busca del líder de Al Qaeda y que parece no tener fin, ha enfangado de nuevo a los norteamericanos en un lodazal del que sólo van a salir desentendiéndose de la vuelta de los talibanes -a quienes ellos mismos combatieron y expulsaron del poder- que hoy ya controlan amplias zonas, incluso de la capital, Kabul. Este puede ser el resultado más probable de la operación “Libertad duradera” abanderada, en su momento, por el presidente Georges W. Bush.
En Iraq, tras la paulatina retirada de todas las tropas extranjeras, lideradas por los Estados Unidos, después de 10 años de guerra y más de 120.000 muertos civiles, los atentados entre fracciones rivales de sectas islámicas –algunas infiltradas por elementos de Al Qaeda-, son moneda de cada día. Unas milicias armadas, hay que destacar, cuya división étnica y sectaria fomentaron los ejércitos invasores. A veces, alguien pregunta: ¿Está Iraq hoy mejor que con Saddam Hussein? Muchos creemos que no. Cierto que Saddam Hussein era un cruel dictador, que no había libertades, ni elecciones, etc. Pero mantenía con puño de hierro las posiciones enfrentadas entre sunitas y chiitas, hacía respetar las otras “religiones del Libro”, impedía la entrada de elementos de Al Qaeda que hoy se cuelan tranquilamente por las porosas fronteras de un país descompuesto por diez años de guerra que han golpeado y siguen golpeando las ciudades, en especial, la capital Bagdad con múltiples atentados terroristas. Es probable que el futuro de Iraq sea la balcanización de su territorio, y quizá lo sea en interés de los autores de aquella operación bélica de febrero del 2003, que el presidente Georges W. Bush bautizó como “Tormenta del desierto” al paso que sus blindados cubrían el país mesopotámico no de una capa de fina arena sino de un escenario fantasmagórico de muerte y destrucción..
Hay que añadir que en ambas guerras el número de desplazados se cuenta por millones, que aún malviven en campos de refugiados, la mayoría de ellos en los países fronterizos y que difícilmente volverán a sus hogares.
Y lo mismo que en Afganistán y en Iraq , está ocurriendo ahora en Siria. Con el beneplácito de las grandes potencias. Hay que decirlo alto y claro. En Siria, la oposición popular al gobierno totalitario de Bashar el Assad, se ha visto “secuestrada” -como en otros países de la llamada “primavera árabe”- por diversos clanes sectarios que la han convertido en una nebulosa de grupúsculos laicos e islámicos, estos últimos claramente yihadistas cuando no, infiltrados por Al Qaeda, difíciles de catalogar para establecer un diálogo negociador. Más de dos años de cruentos enfrentamientos, 100.000 muertos y dos millones más de refugiados. ¿Y todo ese terror, para conseguir qué? Porque previsiblemente, los vientos entre los países dispuestos a intervenir, han cambiado a favor de terminar aceptando, como mal menor, la permanencia de Bashar el Assad en el poder. ¿Quizá como medio de mantener una guerra de desgaste para que se vayan matando entre ellos y así tener “controlado” a El Assad, frente a Israel, a la vez que seguimos suministrándoles armas y municiones?
¿A quién benefician estas guerras? Hay que preguntarse qué intereses hay detrás de cada una de ellas: y sean recursos energéticos, vías de paso de grandes petroleros, gasoductos, compañías privadas de seguridad y/o protección que suelen estar nutridas por ex militares, formados en el Ejército norteamericano, y posteriormente “aprovechados” por aquéllas, en la mayoría de los casos conectadas, financieramente, a saber con qué altos cargos o instituciones del Estado. Sin olvidar los fabulosos contratos para la reconstrucción de dichos países, previamente devastados por diversos conflictos bélicos. Otras razones también muy importantes son controlar posiciones geoestratégicas clave para determinados países, como lo es Israel en Oriente Medio para los Estados Unidos o nutrir una poderosa industria armamentística, o usar esas guerras como campo de pruebas de nuevas armas…Curiosamente, todo ello en manos de firmas occidentales, principalmente, norteamericanas, en la mayoría de los casos.
No olvidemos que desde el comienzo de la “guerra fría”, los Estados Unidos han intervenido directa o indirectamente en la política de 72 países, invadiendo países, derrocando gobiernos, manipulando elecciones, etc…(China, Camboya, Vietnam, Indonesia, Grenada, Nicaragua, Chile, y un largo etc…) La todavía gran potencia mundial tiene más de ciento cincuenta bases militares en lugares estratégicos de todo el mundo (incluida España), siempre con la excusa de luchar contra el terror. Y esa lucha, se lleva a cabo unilateralmente si es necesario. Ni beneplácito de la ONU, ni acuerdo con los países aliados, ni foros internacionales. Un solo lema: “Democracia y libertad”. A bombazos.
Como hemos apuntado la excusa que esgrimen en la lucha contra el terror encubre una serie de intereses poderosísimos de países que se autodenominan así mismos guardianes de la paz en el mundo.Y para demostrarlo ahí tenemos las revelaciones del soldado Manning, de Julian Assange y de Edward Snowden, que han pagado con diversos castigos. Recordemos, Manning, 35 años de cárcel por las filtraciones a Wikileaks, Assange o Snowden, asilados en terceros países por haber revelado el espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad de los EE.UU. sobre su propio país y otros. Los tres, ‘héroes” para unos, “villanos” para otros, han contribuido a sacar a la luz crímenes tan espantosos como el ametrallamiento, con mofas, desde un helicóptero Apache, sobre una fila de civiles y dos periodistas que andaban por una carretera en Iraq, o las torturas en las cárceles de Abu Grahib, o el haber invadido la confidencialidad, la intimidad de conversaciones entre gobiernos, embajadas, agencias estatales., incluso de de los propios Estados Unidos.
Altas instancias norteamericanas han dicho que estos individuos han puesto en peligro la seguridad nacional. Entonces, ¿deberíamos definir estas conductas como terrorismo? ¿De verdad son terroristas Manning o Snowden? O lo son más bien los poderes fácticos que dirigieron, cuando no consintieron, tantas agresiones contra los derechos fundamentales de las personas? Hay que decirlo alto y claro porque como dice John Pilger : “Si nos quedamos callados perderemos la batalla por el respeto a nosotros mismos”. Y añadimos: “Con el silencio, con la mentira, con el engaño, con la ocultación de atrocidades cometidas en tantos de países sembrados de dolor y muerte, por guerras y conflictos, perderemos también la batalla por el respeto a nuestros derechos y libertades fundamentales contemplado en el Artículo XIX de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el no ser molestado a causa de sus opiniones y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión, así como el de de investigar y recibir una información veraz, de todo cuanto ocurre en el mundo”. Y esto no se cumple. Ni aún en nuestro entorno más inmediato. Y no se cumple porque lo impiden una diversidad de poderes involucrados –ya sean políticos, religiosos, financieros o “lobbies” de presión- porque la sencilla razón de que una sociedad desinformada es una sociedad fácil de manipular. Porque sin conocer la verdad, ningún ciudadano está en condiciones de poder ejercer el libremente sufragio universal, sin contaminaciones o desinformaciones interesadas
Y quiero recordar que ese es precisamente el lema de Reporteros sin Fornteras: “Lo que no se cuenta, no ha pasado” y por tanto la impunidad más absoluta cae sobre los crímenes y los criminales que cada día atentan contra las libertades en todo el mundo. Y su consecuencia peor: el olvido. Un insulto para las víctimas y sus familiares. Esa es precisamente la razón de ser de nuestra asociación, nuestro trabajo diario: contar lo que ha pasado y que se quiere hurtar al conocimiento público.
A mi entender, la desinformación y la ocultación de la verdad también es un acto terrorista contra la sociedad civil.